Cumbia y cumbianidad, patrimonio forjador del ser que somos
Una reflexión sobre el ritmo madre del Caribe.
Como todas las cosas mágicas de nuestro Caribe, sin proponernos surgen conversaciones, que se trasforman en ideas, que convertimos en proyectos que, como la semilla del sembrador, buscan terreno fértil para crecer y entregar sus frutos.
Una de esas mágicas tardes barranquilleras, recibí una visita especial de Lisandro Polo Rodríguez quien “venía pasando” y quiso llegar a saludarme y a botar corriente sobre lo divino y lo humano; es decir, sobre cumbia. Nada encarna mejor esa temática. Hace ya tres años de esa tarde mágica de diciembre y seguimos en esa lucha.
Recordábamos anécdotas del maestro Peñaloza quien siempre sostuvo que la cumbia es el ritmo madre de la musicalidad de nuestro país y sostenía que hasta los aires andinos como el bambuco, tenían su pasado cumbiambero.
Hicimos el recorrido por las playas de arena del Yuma, desde la depresión momposina hasta llegar a las Barrancas de San Nicolás, no sin antes dar la vuelta en El Dique hasta el Mar Caribe. Constatamos que ese sentimiento llamado cumbia, cargado de agua y arenas, había penetrado por todos los rincones de nuestra Región Caribe, dándonos una identidad espiritual, a partir de lo que la expresión propone.
Pero sin dudas, algo hermoso sucedió cuando su majestad llegó a Barranquilla, tierra escogida por los Kamash como sitio de encuentro para el comercio, marca que quedó en el ADN de una ciudad que no cambia su vocación, ni con el paso del tiempo. Junto a las mercaderías que remontaron el río, también llegó la cumbia. Barranquilla le abrió los brazos y le ha prodigado amparo, y dispuso para Ella sus plazas, especialmente en las iglesias, el río…
Y como es fácil suponer, como dice Daniella De León en su propuesta para el Portafolio de Estímulos 2018, llegó un momento en que “… la cumbia, con todo el cargamento de sonidos, colores, organología, parafernalia, planimetría, echó raíces y se hizo barranquillera”.
En esa conversación con mi “Hermano de la cumbia”, había que hablar de normatividad. Tocamos el Plan Especial de Salvaguardia del Carnaval en Barranquilla (PES), que después de 10 años de intentarlo, por fin se hizo realidad en noviembre de 2014 y en cuya consolidación, ambos tuvimos participación: él como músico, yo como cumbiambero.
Si bien es una buena herramienta, ese PES, como lo menciona el Acuerdo que lo adopta, está orientado a la salvaguardia de las manifestaciones del Patrimonio Cultural Inmaterial que se encuentran en mayor riesgo. Y entonces viene la pregunta: ¿Qué se declaró “Patrimonio Cultural Inmaterial”? Sencillo, El Carnaval, por lo tanto es a la Fiesta a la que se le está protegiendo, no a las manifestaciones que allí hacen presencia, lo cual es un hecho que merece ser tenido en cuenta.
Hablando posteriormente con Soley Del Castillo, con quien dimos forma a los pensamientos, llegamos a una primera afirmación: queremos que se tenga en cuenta porque la cumbia, al entrar a formar parte de una fiesta donde lo primordial es el desorden, la trasgresión y la “subversión del orden establecido”, desde hace años corre el peligro de que su esencia ritual sea permeada por la tropelía propia del festejo. Desde la inclusión en desfiles, donde desaparece el Círculo Vital de la Cumbia, ya hay elementos que fácilmente podemos determinar que son una amenaza para la manifestación.
Hicimos memoria de cómo los tiempos de la cumbia empiezan a tener “ritmo de ciudad”; una ciudad que ya no se mueve cadenciosamente al vaivén de las maretas del río, sino que se atropella con una nueva banda sonora como es el ulular de las sirenas que la recorren en todos los sentidos.
Somos conscientes de que para sobrevivir como fiesta también hay que mostrarse al mundo, pero esto no deja de ser un peligro para el acuerdo social que construyó nuestro sentimiento: la cumbianidad. Mostrarse al mundo es aceptar las reglas de juego de un mercado donde todo es un producto y así se le ve y se le trata.
Todo “productor” buscará la satisfacción de su “clientela”, y por lo tanto buscará empaquetar su producto de la mejor manera. Aquí se cumple la sentencia de que, una vez en el mercado, eres su esclavo y acatarás sus reglas. La Cumbia como “producto” sufrirá los embates de un consumidor ávido, no del goce espiritual, pero sí de la farnofelia y la parafernalia tipo cabaret, alrededor de lo cual se mueve este grupo de interés.
Estas reflexiones deben despertar nuestro interés por salvaguardar el ritmo madre, proteger a su majestad no porque se encuentre en inminente riesgo de desaparición, pero sí de modificación de su mensaje poético presente en cada golpe de los tambores, en el lamento enamorado de la flauta, en el faldeo de dignidad de la cumbiambera y en los diálogos del sombrero y las velas. Son esos valores los que hay que proteger, para que las futuras generaciones tengan patrones no solo de baile o música, sino de comportamientos sociales, de respeto y reconocimiento del valor de la mujer.
Otra vez, gracias mis amigos Lisandro y Soley, por haberme puesto en el camino de buscar hasta encontrar, corazones cumbiamberos que nos ayuden a evitar que el afán de carnavalización de los hechos culturales en nuestro medio, deteriore la esencia de nuestra amada manifestación. Su majestad la cumbia no es solo una manifestación más en la fiesta de Carnaval, y así lo expresan los actores culturales. Es el momento de pasar de la retórica a la acción, y de que reconozcamos a la Cumbia como parte integral de nuestro Patrimonio Cultural Inmaterial y como elemento fundamental de la barranquilleridad.
Ricardo De León Padilla